La enfermedad, un fuego ardiente en la carne mortal —sí, una prueba poderosa del alma que sufre en la fe, la esperanza y el amor— viene de la misma manera como vienen todas las dádivas divinas del Padre santo que está lleno de Amor y vive en el Cielo;
Dádivas que bañan a los hijos —que caminan sobre esta escuela terrenal de prueba de la vida y que enseña con fidelidad— limpiándolos de algunas escorias terrenales mortales;
Para que el hombre, después de una enfermedad que a veces dura bastante tiempo, sea limpiado de escorias y piedras, purificado de algunos pecados mortales como se limpia el oro del mineral a través del fuego.
Pues de otra manera, el hombre que tiene una salud intacta quizás no pueda lograrlo nunca, porque cuando se tiene una carne sana entonces uno no puede darse cuenta cuánto ha avanzado letalmente el cáncer del mundo a través de las fibras de la vida.
¿Con qué profundidad se ha enterrado ya este miserable enemigo de toda existencia en las raíces de la vida espiritual e interior como si fuera un pólipo de muchas ramas y miles de trompas de succión?
Pero, justamente aquí viene el Señor hacia el hombre, que si bien tiene un cuerpo sano pero espiritualmente está languideciendo, para cogerlo con Su propia Mano fidedigna, poderosa, y altamente santa, y extraerle completamente el mal desde las raíces de la vida; entonces el hombre que sufre se da cuenta recién cuánto se había introducido el cáncer dentro de sus raíces de la vida interior.
Por eso comienza a arder y a doler lastimosamente en todos los lugares de la carne en el hombre en donde antes se encontraban las raíces mortales del enemigo de la vida;
Y sin embargo el Padre santo de la vida no considera la carne del hombre, así ésta quiera arder y sudar gotas de sangre del miedo y de temor ante la muerte terrenal;
Porque si Él ha salvado la vida del espíritu, del alma, entonces, ¡qué importa la de la carne, que importa esta vestimenta muy podrida del alma del espíritu!
Si todo sucede de acuerdo a la santa Voluntad del Padre entonces la salvación viene fácilmente. Y si no sucede de acuerdo a la Voluntad sabia y sagrada del Maestro santísimo de la vida, entonces lo mejor será que Él arranque amorosa y paternalmente al cáncer junto con la vivienda podrida y enferma.
Así lo mostró Él Mismo, el Ser más paciente y sagrado, en el monte de los olivos, cuando Él pedía, estando arrodillado y orando al Amor eterno en el Padre con sudor lleno de sangre y de miedo: “¡Si Tú, Padre, Amor eterno, lo quieres, oh retira pues el cáliz de Mí! Pero que no se haga Mi Voluntad, sino que se haga siempre Tu santa Voluntad!”
Aquí, el Maestro santo de la vida, nos mostró Él Mismo la manera de cómo debemos comportarnos siempre, si es que queremos conservar la vida del alma, del espíritu, cuando el sufrimiento se introduce en la vida de la carne.
Debido a que se nos ha dado un ejemplo altamente sagrado, podemos alegrarnos y cantar siempre como niños con nuestros corazones refrescados:
Oh, Padre santísimo y llenísimo de amor, Padre de los ángeles y de los hombres, Tú, maestro eterno de toda existencia, nos diste la vida; el cuerpo es tan sólo una envoltura temporal del espíritu y un instrumento del alma;
¡Tú nos has enviado alegrías y sufrimientos de acuerdo a Tu gusto, de acuerdo a Tu Voluntad santa y siempre sabia; por eso también hágase siempre Tu santa Voluntad! Tú Mismo, con palabra y obra, nos has enseñado cómo vivir y por eso también entonces queremos vivir así, y adorarte siempre y ensalzarte, tanto en la alegría como en el sufrimiento; porque sólo Tú eres el Dador de las buenas dádivas. ¡A Ti la honra y el premio por la eternidad! Amén.
Fuente: Salmos y Poemas recibido por Jakob Lorber